Recordando una vez más aquellos lejanos años 50 cuando yo corría por la moral con pantalones cortos de pana con las rodillas llenas de rascadas de las continuas caídas por aquellas reguilladas peñas, también vestía un jersey de lana teñido de color rojo que mi hermana la mayor me había hecho con lana de nuestras propias ovejas. Siempre llevaba los puños del jersey ensardinados de limpiarme los mocos antes de llegar a casa primero con una manga y después con la otra.
En aquella época aún no teníamos luz eléctrica en Lober, al caer la noche debíamos encender el farol para andar por las oscuras y embarradas calles del pueblo, y el candil de petróleo o de aceite para alumbrar la cocina cuando toda la familia se reunía al amor de la lumbre, y en el mejor de los casos el que disponía de un candil de carburo
Era un día de los últimos días del mes de febrero del año 54 que contaba yo con unos 5 años de edad que cumpliría el próximo 12 del mes de marzo de aquel mismo año, aquel día me acompañaba mi vecina Charo que contaba algún año más que yo, pero no más de dos, y me parece que por aquella hora no había por allí nadie más. En casa de Charo era la taberna, y tenían la suerte de tener un candil de carburo que todos los días el Ti Sidoro durante el día preparaba para tenerlo preparado para la noche tirando la ceniza en la calle y sacudiendo el bote sobre una peña que había de frente a su casa sobre la pared de la nuestra. Sobre aquella peña el Ti Sidoro rompía también con un martillo la piedra de carburo para meter dentro del candil. Siempre entre la ceniza quedaba alguna pequeña piedra y otras que al partir con el martillo quedaban por allí.
Cuando oíamos que el Ti Sidoro sacudía el candil sobre la peña, los rapaces que por allí danzábamos corríamos hacia allí para recoger alguna piedra de carburo que quedaba rebuscando entre los residuos. Aquel día yo había tenido suerte, había recogido varias.
No sé quien fue el inventor, pero con un bote de leche condensada vacío le hacía un agujero con un clavo en el fondo. Se hacía un agujero de la medida del bote en se suelo en sitio barroso donde metía el bote con un poco de agua dentro y las piedras de carburo, bien tapado con barro alrededor para que respirara lo menos posible, luego con una cerilla se la arrimaba al agujero donde prendía una llama larga que duraba dependiendo del carburo que había dentro . Era una manera de jugar como cualquier otra.
Aquel día no se qué paso, apenas recuerdo nada, solo que oí una explosión enorme y de momento todo quedo oscurecido, el bote explotó como una bomba que me quedo clavado en la frente y mucha sangre corría por tos los lados, mi vecina Charo que jugaba conmigo dio la voz de alarma. Ya llegó mi madre que estaba lavando en el arroyo, y alguien no sé quien le aviso que yo me estaba desangrando en “La Moral”. Mi madre me cortó la hemorragia con azúcar, luego me la lavaba con agua oxigenada , estuve una temporada con una gasa envuelta en la cabeza como una momia.
No pasó nada, no fue nada, pero de haberse desviado el bote un poco, hubiera perdido algún ojo, y en el peor de los casos de haberme dado en la sien, lo más seguro hubiera sido que hoy no estaría aquí para contarlo. Hoy 56 años después aún llevo el recuerdo en la frente con una cicatriz como una media luna.
Gúmaro, 21 de septiembre de 2010
Gúmaro, estaba repasando tu blog y me encuentro con esta anécdota. Eso mismo me lo contó mi padre y lo puse en el post titulado "A la luz de los candiles", lo brutos que eráis con los trozos de carburo metidos en botes. ¡¡Menos mal que no fue nada al final y se quedó todo en el susto!!.
ResponderEliminarQue buena... Hacía tiempo que no te leía, pero es que no saco tiempo ni para asarme unas casatañas... jejeje. Un saludo.
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