jueves, 17 de noviembre de 2011

MI PRIMERA BICICLETA

Yo creo que ya por naturaleza la mayor parte de los humanos cuando somos niños pensamos en montar en bicicleta, cosa que desde hace varias décadas los niños lo tienen muy fácil. Nuestros hijos o nietos antes de empezar a dar los primeros pasos ya le hemos regalado algún coche de cuatro ruedas, en el cual se suben, y ayudado con los pies corren por las calles y parques. No tarda mucho tiempo que ya le comparamos la primera bicicleta con dos ruedas pequeñas acopladas a la rueda de atrás, que estas evitan que caiga y pueden correr en bici desde el primer día. Más tarde estas ruedas se quitan por que el niño ya se siente más mayor y quiere ir sin que vaya amparado de esas dos ruedas que hasta ahora lo habían acompañado.

El niño sigue creciendo, y ya quiere otra bici más grande con un manillar diferente y unas ruedas más anchas, ya quiere ir solo con los amigos a correr por las plazas y parques, bueno, han sido los hijos de la abundancia, y todos se lo han podido permitir.

Yo también fui niño, pero a mi m tocó vivir una época muy distinta, eran muy pocos los privilegiados que en aquellos tiempos en la edad de niños se podían permitir correr por las calles con una bicicleta. Yo, de mi época no recuerdo ninguno de mi pueblo que sus padres pudieran comprar a sus hijos una bicicleta en aquellos años. Solamente recuerdo a un niño de Tolilla de unos 10 años, que en el verano venía a clases de repaso a Lober, y traía una bicicleta pequeña cromada, bien me acuerdo, era el hijo del carpintero de Tolilla que se llamaba Marciano, yo cuando pasaba cerca de mí me quedaba mirando aquella bicicleta, y como entonces los caminos y calles todos eran de tierra, yo me quedaba mirando el dibujo de las roderas, incluso las tocaba con la mano mirando lo bien que parecían las roderas de la bicicleta. Muchas veces cogía un palo a modo de manillar, y corría simulando que iba en bicicleta. Otras veces me subía en la cañiza que cerraba alguna finca en la cual me podía montar a caballo pedaleando con los pies como si fuera una bicicleta.

Yo, que entonces tenía 7 u 8 años, pensaba que algún día posiblemente podía tener una bicicleta, tampoco me hacía muchas ilusiones porque no era el único, simplemente me conformaba con correr detrás de la bicicleta de aquel niño cada vez que venía.

Siempre los niños disfrutábamos corriendo de tras de los coches o bicicletas de cualquier forastero que llegaba al pueblo, aunque coches en aquellos años solo se veían de vez en cuando, excepto el camión de las gaseosas que regularmente venía cada semana.

Recuerdo una vez que vino el veterinario de Sarracín en bicicleta, y como siempre, los rapaces íbamos corriendo tras él, era en la cuesta la Moral, yo me cogí al portabultos de la bici, y le dije al veterinario: bájate de esa bicicleta que lo mismo es mía que tuya, el veterinario se baja de la bici, de quien es este muchacho, de quien es este muchacho, ya se entero quien era mi padre, y menuda labra que me dio aquella tarde con el vergajo.

Fueron pasando los años, y yo continuaba sin bicicleta, y ya fue en el año 1967 con mis 18 años, que un día mi padre me dijo: vamos a ir a Alcañices y compramos una bicicleta, si bien aquel año yo ya había ido a ganar para ella. Por fin tuve una bicicleta BH de color negro, que recuerdo que con luz y todo nos costó 1060 pesetas. Si bien, me hubiera hecho más ilusión de niño, pero también de mayor disfruté de ella. Aún la guardo como recuerdo, la cual quiero arreglar cambiando algunas cosas que están inservibles, y ahora ya siendo abuelo quiero volver a disfrutar de aquella bicicleta que tanta ilusión me hizo, y que tantos buenos recuerdos me dejo.



Gúmaro, 17 de noviembre de 2011.

martes, 15 de noviembre de 2011

DÍA DE AGUA, TABERNA O FRAGUA

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Esto es lo que pensaba esta mañana cuando me desperté mientras oía caer las goteras sobre la barandilla del balcón. Pues ni una cosa ni la otra, simplemente encendí el ordenador y me puse a ojear los titulares del periódico por si algo me interesaba leer.

Pero la frase de (taberna o fragua) me recuerda lo que decían en Lober los viejos de hace medio siglo atrás, y es que por aquellos años, después de “espachar las vacas” en un día de agua es lo que se hacía, ir a la fragua para arreglar alguna reja del arado desgastada de abrir los surcos rompiendo la escabrosa tierra. Allí en la fragua se pasaban largas veladas entre la gente que acudía con el mismo fin, el fin de encontrar gente creando tertulias que podían durar varias horas.

Otra manera de pasar un día de lluvia que,( en aquellos años eran muchos, ) era picar un palo que previamente se había cortado y guardado con el fin de sacar alguna serventía como herramienta o apero de labranza: como hacer un arado o reparar el viejo, hacer una rastra , confeccionar un huso o rueca o hacer una cañiza para cerrar la entrada de una finca, así como hacer los mangos para tornaderas guinchas y azadas, estos quehaceres se guardaban para hacer en los días de lluvia o nieve cuando en el campo no se podía hacer otra cosa. Cada casa disponía de las herramientas adecuadas para trabajar la madera: barrenas para taladrar la madera de varias medidas, azuela, cepillo, serrón, escoplo, y martillo, eran las herramientas más necesarias, y si a algún vecino le faltaba una, otro se la podía prestar, que siempre se cuidaba con más cuidado que siendo propia, con estas herramientas se podían construir toda clase de aperos de madera para trabajar la tierra de una manera primitiva.

Unos con más habilidad y otros co no tanta, en todos los pueblos de Aliste, cada uno hacía sus propios aperos de labranza. Los hombres y mujeres alistanos/as debían ser unos verdaderos maestros, un hombre y una mujer en Aliste debían tener habilidad para hacer un poco de todo desde carpintería hasta albañilería pasando por todo lo demás. Las mujeres, quizá debían tener más quehaceres, desde trabajar la tierra con el primitivo arado, hasta plantar y sembrar las hortalizas en las huertas, hacer los quehaceres de la casa, así como hilar el lino y la lana previamente preparado por ellas mismas, y confeccionar la ropa para toda la familia.

Lo de la taberna, también era frecuentada en estos días de lluvia o nieve, siempre con excepciones, pero había gente que le gustaba echar el cuartillo, y ya sabían que en esos días que las inclemencias del tiempo lo permitían en la cocina del tabernero se hacía buena lumbre, a la que algunos acudían tapados con la casaca con un trozo de pan y chorizo, o una sardina de escabeche que mandaban poner para acompañar al cuartillo de vino.

Gúmaro, 15 de noviembre de 2011