martes, 12 de enero de 2010

QUE VIAJE EL DE AQUELLA VEZ

No es muy cómodo viajar con niños cundo un viaje es casi de mil kilómetros sin disponer de un vehículo propio, y menos aún a mediados de los años 70 cuando Dori y yo decidimos ir pasar las vacaciones en el año 75 a nuestros respectivos pueblos Lober –Moveros, para enseñar a nuestra hija Mónica que acababa de cumplir su primer año, a sus abuelos que no la conocían.

Habíamos preparado el viaje con antelación mirando la manera de viajar lo más cómodos posible por tratarse de un viaje bastante largo, casi 1000 kilómetros.

Disponíamos de dos opciones, hacerlo en autobús directo, o hacerlo en tren expreso vía Madrid teniendo que hacer trasbordo en esta capital, para luego coger otro tren que nos llevaba a Zamora capital.

Y cuando ya habíamos estudiado las dos opciones, nos decidimos hacerlo por vía ferrocarril pensando que la comodidad podía ser mucho mayor. Y día a día deshojando el calendario llega el escogido día, (no recuerdo cual) pero era uno de los primeros días del mes de agosto. Yo me encargo de equipaje y Dori se encarga de la niña que acababa de comenzar a dar los primeros pasos. A las dos de la tarde nos ponemos camino de la estación de Malgrat para coger un cercanías que tenía su salida más o menos sobre las tres de la tarde, deberíamos estar a las 7 de la tarde en la estación de Francia de Barcelona para coger el expreso que nos llevaría a Madrid(Chamartín). De Malgrat a Barcelona nos separan unos 60 kilómetros(una hora y media) de tren, tiempo suficiente para llegar a enlazar con el expreso en Barcelona. Pero llegando a la estación de Malgrat, y después de estar un buen rato esperando, anunciaron por megafonía que por avería en las instalaciones, los trenes llegaban con retrasos que oscilaban entre 30 minutos y una hora. El tiempo pasaba y los nervios se ponían a flor de piel, teníamos que estar en Barcelona antes de la siete. Al fin cogimos las cercanías a las cinco más o menos, y llegábamos a Barcelona a las siete menos cuarto. De la estación de cercanías a la estación de Francia está bastante cerca, pero no menos de ocho o diez minutos, nos bajamos y corriendo llegamos a la estación de Francia sudando con la boca seca y los pantalones caídos mientras buscábamos la vía que se encontraba el expreso. Tan pronto lo vimos nos subimos, con tres minutos más tarde nos hubiéramos quedado en tierra, pero parece que en estos casos alguien llega, que echa una mano y siempre tenemos que dar gracias hasta en el más extremo de los casos. Ya subidos en el expreso buscamos nuestros asientos donde nos acomodamos ya más tranquilos, y pudimos beber agua de una botella que llevábamos aunque no muy fresca por tratarse del mes de agosto.

Ya eran las siete y media cuando el tren comenzaba a moverse dejando atrás la estación y se mete bajo tierra, cuando sale ya habíamos dejado atrás la ciudad de Barcelona. Siendo aún muy claro, yo decido salir al pasillo para ver el paisaje, cosa que siempre me ha gustado, y ceder el asiento a nuestra hija, pues solo habíamos comprado dos asientos, yo unas veces sentado y otras paseando mientras la niña dormían en el asiento. Ya entrando la noche, le dimos de cenar y comimos nosotros unos bocadillos que llevábamos de casa, La noche se presentaba larga y había que mirar la manera de ir más cómodos dentro de las posibilidades que contabamos, por eso yo puse mis maletas en el pasillo y decidí subirme al portamaletas, allí podía estirarme y dejar mi asiento para que la niña pudiera ir dormida el él mejor que en los brazos de su madre.

Y así fuimos toda la noche. En Zaragoza paro para hacer cambio de maquinas, pero mucho rato, y todo mundo preguntaba que pasaba que no salíamos de allí, yo me tome un refresco que un hombre ofrecía por la ventanilla a un precio caro. El tren tenía la llegada a Chamartín sobre las nueve de la mañana, y el que debíamos coger para Zamora tenía la salida sobre las once más o menos. Yo en el portamaletas dormí un rato, y por lo menos iba estirado, pero ya amaneciendo no paraba de pensar si llegaríamos a la hora para enlazar con el tren de Zamora, el día iba avanzando y distaban aún muchos kilómetros para llegar a Madrid, los nervios volvían a salir a flor de piel. Recuerdo que eran las diez de la mañana y nos encontrábamos por Sigüenza, todo estaba perdido, ya no llegábamos a coger el tren de Zamora, ya pensaba si deberíamos hacer noche en Madrid, o mil pensamientos me pasaban por la cabeza.

Llegábamos a Madrid mas de las once, el tren de Zamora ya había salido, fui a mirar horarios, y quedaba uno que salía a las siete de la tarde, ya debíamos de pasar el día por Madrid, pero, ¿donde íbamos con la niña de un año? Si apenas daba algún paso y cochecito no llevábamos. Fui a comprar unos bocadillos de tortilla de patatas a un bar para nosotros, para la niña ya llevábamos comida. Era sofocante el calor que hacía aquél día en Madrid, la niña andaba casi desnuda por la estación, y en aquellos años muchos trenes aún de carbón, pues se puso la niña como un carbonero de negra. Pero vaya, allí en la estación había una manguera de agua que al tocarle el sol estaba muy caliente, la pudimos bañar, y ponerle un vestido limpio.

Se acerca la hora de la salida del tren, y nos vamos a coger posiciones con tiempo para no andar con prisas de última hora. Salimos de Madrid a la hora señalada y llegamos a Zamora sobre las once de la noche, pero el problema continuaba, nos teníamos que trasladar al pueblo, había que coger un Taxi, pero bueno, después de tantas penurias ya no era el mal mayor, ya estábamos cerca de casa, cogimos un Taxi y llegábamos a Moveros tocadas las doce de la noche.

Así termino un viaje lleno de penurias, largo, caro, e incomodo. Fue ese año cuando pensamos de sacarme yo el carnet de conducir, y comprar un coche de segunda mano para no tener que repetir la experiencia vivida.

Gumaro, 11 de Enero de 2010