sábado, 29 de enero de 2011

ENTRE EL RANERO Y LA CALIENDA

A veces me pongo a pensar en las “trastiadas” que de rapá hice, y la verdad es que no sé como en muchas ocasiones como salí con vida. Y es que cada vez que pienso en la espeluznante historia que voy a contar se me ponen los pelos como escarpias.

Podía ser ya la avanzada primavera o comienzos de verano, (más o menos yo con 12 años) cuando mi padre me mando a cavar la hierba que crecía por la viña del camino Tolilla, y en esto apareció por allí Angelito Teso algún año mayor que yo, el cual me comentó que el día anterior había estado en el molino”La Raya” y había visto que en la zuda y en la calienda del molino había muchos peces, y que yendo entre dos, y cortando el agua en la calienda, y luego vaciando la zuda cogeríamos todos los peces. Yo acepte ir, y más si me podía librar de cavar la viña, cogemos andando el Carrascal abajo y llegamos al molino más o menos a las 10 de la mañana, comenzamos tal como habíamos planeado a cortar el agua reventando la calienda y poniendo gajas con algas y espadañas, lo cual  no se hacía difícil porque había bastante corriente de agua, pero al cabo de rato y trabajando un montón, conseguimos de cortar el agua, si no toda, si lo suficiente como para cuando vaciásemos la zuda, los peces quedasen con muy poco agua donde los podíamos coger fácilmente.

Una vez cortada el agua de la calienda, debíamos comenzar a vaciar la zuda, y para vaciar la zuda no había otra opción que vaciarla por la comporta del rodezno. Para ello debíamos primero inmovilizar el rodezno para poder trabajar desde encima del rodezno, cogimos un hacha con la que cortamos unos palos bastante gruesos y los metimos por entre las aspas del rodezno aprovechando las más ralas por ya faltar algunas. Una vez inmovilizado el rodezno abrimos la comporta para que se fuera vaciando y pusimos un saco en esta para que loa peces que el agua fuera arrastrando quedaran en el.

Es ahí cuando corrimos el peligro que Angelito y yo nunca vimos, el que la fuerza del agua hubiera desfrenado el rodezno, y hubiéramos salido despedidos contra la pared del “ranero” o en el mejor de los casos hubiéramos quedado mutilados de algún brazo o pierna, pero algo hizo que no fuera así.

El vaciado de la zuda tardo unas horas, no sé cuantas, pero ya había sobrepasado el medio día y la zuda tardaba en vaciarse mientras nosotros mirábamos los peces y algún cangrejo que había en el fondo. Tal como el nivel del agua bajaba, los peces subían escandalizados la calienda arriba aprovechando el poco agua que quedaba para escapar, cuando la zuda se vació, no había quedado ni tan siquiera una sarda, nos quedaba el consuelo de que el saco que habíamos puesto en la comporta estaría lleno. Pero cuando sacamos el saco entre los dos por que pesaba bastante, lo desatamos, y no había más que lodo, trozos de palos, basura y ahí quedó nuestra desilusión.

Cuando habíamos acabado el trabajo, y yo había llegado a mi casa era ya más de media tarde, mi padre me había ido a buscar a la viña, el trabajo que me había mandado no lo había hecho, por lo que pensó que había estado buscando nidos todo el día. Yo cuando llegue a casa conté toda la verdad, y en mi casa lo único que se alegraron que no me hubiese pasado nada, dado el peligro que en todo momento pudimos correr.

Gúmaro, 29 de enero de 2011

miércoles, 19 de enero de 2011

EL VENDEDOR DE CEREZAS

Debía ser a principios de los años 1900 en tiempo de primavera cuando en las comarcas de Sayago comienzan a enrojecer las primeras cerezas, y algunos sayagueses se desplazaban como arrieros para vender sus cerezas por la comarca de Aliste, siendo su capital Alcañices donde más posibilidades tenían de vender.

Mi abuelo Antonio “El Gúmaro”, natural de Ceadea y no menos como casi todos los alistanos en los primeros años de su juventud los dedicó como pastor, dado que la ganadería era la principal sustento de las familias, aprovechando su lana para el vestido, su estiércol para las tierras y unas pesetas en aquellos tiempos de los carneros que vendían para los gastos de las casas.

Un día, estaba mi abuelo con el ganado por el pago de “Prao nuevo” por las inmediaciones de la carretera N 122, cuando en tiempo de cerezas algún arriero sayagués se dirigía hacia Alcañices para vender a buen precio unas banastas de buenas cerezas. Mi abuelo, pensó un día en parar al arriero para preguntarle por el precio de las cerezas, ya estaba preparado y cundo vio venir al arriero se fue hacía él y le preguntó : Oiga Vd. Buen hombre, ¿Por cuánto me deja artarme de cerezas? El arriero que no se esperaba tal pregunta se quedo pensativo sin saber que contestar, pero cuando pensó le contestó. Pensando que vendía el Kilo de cerezas a tres perras gordas, y que por muchas que comiera no comería más de tres kilos, pues le dijo: Mira pastor, por una peseta y media te dejo comer todas las que quieras. Pero como no tendrás dinero en esta ocasión te vas a quedar con las ganas, a lo que mi abuelo le contesta: Si, buen hombre, si tengo dinero, que el otro día mi padre vendió unos carneros y me dio un poco de dinero, entonces el arriero dio la mano a mi abuelo y le dijo: pues trato echo.

El arriero se baja de la mula y la ata a un roble, mi abuelo se pone sobre la banasta y comienza a comer cerezas mientras el arriero lo miraba. Cuando ya llevaba un rato mi abuelo comiendo cerezas el arriero le preguntó: Oye pastor, estoy observando que desde que comenzaste a comer cerezas te tragas todas las caruñas, mi abuelo levanto la cabeza, lo miró y le dijo: De esta banasta me las tragaré todas, cuando comience la otra alomejor comienzo a tirar alguna.

Al oír esto, sin mediar palabra el arriero desata la caballería, le pega a esta una patada a la mula en la barriga, y dice, arre mulaaaaa…. Emprendiendo el viaje sin esperar siquiera a cobrar la peseta y media que en un principio habían acordado.

Al día siguiente, después de vender las cerezas que le quedaban en las banastas el arriero regresa de vuelta a su casa, cuando de lejos ve a mi abuelo y piensa, a este ahora le voy a decir una que no va a saber que contestar, y cuando llega a él le dice: Oye pastor ¿Cuáles ovejas pastan más, las blancas o las negras, y mi abuelo sin pensarlo le dice: A tantas a tantas, a ellas a ellas, levántele el rabo a las blancas y bésale el culo a las negras. El arriero se marcho mientras decía, nuca mas quiero tratos con un pastor.

Gúmaro, 19 de enero de 2011

miércoles, 12 de enero de 2011

El TABACO



Después de tantas idas y venidas con la nueva Ley para los fumadores ya que en todo lo que llevamos de año ha llevado a miles de fumadores a ponerse serios probando miles maneras para dejar de una vez el poco saludable y caro vicio de fumar.
Yo,  ya me considero exfumador después de ya casi 19 años sin fumar. Aun recuerdo aquel  ya lejano día 24 de abril de 1992 fumando mi hasta ahora último cigarro de “fortuna” camino del hospital aquejado de un fuerte y opresivo dolor en el pecho, el cual se extendía hasta el brazo. Todo esto me causaba un nerviosismo que hacía que durante toda la mañana llevara la mano al bolsillo y sacar el paquete de tabaco. Llegando al hospital me diagnosticaron un infarto de miocardio en fase aguda, el cual me dejó una lesión  irreparable en el corazón prácticamente del 50%.
Durante unos 20 años había sido un fumador empedernido, llegando a fumar un paquete y medio, siempre pensaba que el tabaco era nocivo para los demás, para mí como siempre me había encontrado bien, nunca me imaginaba semejante problema. Siendo sincero, la verdad es, que nunca  más me ha dado por poner un cigarrillo en los labios por eso de haber visto las orejas al lobo. No sé si mi problema de salud pudo ser provocado por el tabaco o no, yo afirmaría que si, puesto que nunca más he tenido problemas similares, pero no quiero decir con esto, que el problema esté escondido a la vuelta de la esquina. Toquemos madera.
Para mí, la nueva Ley (con matices) aprobada recientemente por el gobierno socialista, debiera haber  venido antes, aunque haya muchos que por unas u otras circunstancias piensen lo contrario. Creo que los no fumadores tenemos derecho a entrar en sitios públicos sin tener que respirar el humo de los más acérrimos.
Desde muy joven  tuve el instinto fumador, recuerdo que no más de unos 8 ó 9 años de edad, mi padre me mandaba con las vacas para el prao de los “carrascos”. Allí, con la cajilla de cerillas  en el bolsillo, recogía hojarasca de zaraza seca, otras veces eran hojas de patata secas, que liaba en papel “destraza” y luego le daba unas caladas, lo cual más que las hojas de zarza, el humo del papel ingiriendo dejaba la garganta irritada. Más tarde, ya con catorce o quince años compraba un paquete de “celtas” cortos, los cuales, recuerdo, que aunque el paquete era idéntico, había de dos clases uno que con letras muy pequeñas ponía “francino” y otro que ponía “ribadeneira”, siendo el primero más suave y más apetecible. Hasta los 18 ó 19 años era un fumador que podíamos llamar dominguero, ya que fumaba algún cigarro el domingo, y hacía durar el paquete toda la semana, y fue ya después de venir del ejército cuando el vicio me cogió de lleno. Tal era el vicio que tenía, que si alguna vez me había encontrado solo, y se me había acabado el encendedor, mientras hubiera tabaco en el paquete con un cigarro encendía otro, esto lo había hecho más de una vez.
Y no es que en mi casa no se opusieran aún siendo mi padre fumador, por eso siempre fumaba escondido, aún contado con más de 30 años si fumaba delante de mi padre o de mi madre, siempre lo hacía poniendo las manos detrás, y si los veía venir,  por respeto tiraba el cigarro con disimulo.
Hoy, me molesta el olor a tabaco,  y procuro alejarme de sitios de fumadores, y veo en ellos ahora,  lo que nunca logré ver en mí mismo.
Gúmaro, 12 de  Enero de 2011.