martes, 5 de junio de 2012

LA SIEGA DE LA HIERBA EN ALISTE


Si  no hace muchos días pedíamos en este mismo blog un reconocimiento a nuestras madres
alistanas por su trabajo, por su incansable dedicación tanto a la vida del campo, como a las labores de la casa y el cuidado de sus hijos en unos tiempos en que parecía que la mujer tenía la obligación de hacer frente a esos menesteres.

No menos se merecen nuestros padres  que, aunque no  intervenían en cuidados de los hijos y labores domesticas, hacían frente a duros trabajos trabajos  durante el año, el cual estaba reflejado en sus caras curtidas y surcadas por el intenso calor del verano y el frío de los crudos inviernos alistanos.

En el mes de mayo, coincidiendo con el “Mayo” que en aquellos años los mozos izaban en todas las plazas de los pueblos de Aliste, el cual portaba una guadaña u hoz y una barrila en la mano, lo  que  de alguna manera significaba la llegada del verano que comenzaba a finales de este mes con la siga de la hierba, comenzando por los prados más altos o “textarales”. Quizá la siega de la hierba era para nuestro padre uno de los trabajos más brutales poniendo  a prueba sus brazos de acero y una columna vertebral segando unos prados por la mañana y recogiendo la hierba de otros por la tarde. Nuestras madres reservaban para esa época el lomo embutido, que mesurado, ponían un trozo  junto con una ensalada de bacalao  para el almuerzo acompañado con un barril de vino casero que conservaban fresco envolviendo de e l barril un trapo de  lana mojado empapado de agua, lo que hacía que la siega de la hierba fuera más llevadera. Por la tarde, y después de echar la siesta, se “uñian” las vacas al carro para recoger la hierba seca segada días a tras. Así como la siega correspondía al hombre de la casa, para recoger la hierba colaboraban todos los de la casa, uno debía estar encima del carro, el hombre de la casa lo cargaba con una tornadera de madera echa para tal fin, otros iban haciendo montones para cargar, los rapaces arrastraban el prado, y el más pequeñin se entretenía  a la sombra del roble haciendo “pipirigallos”.

Duro era también meter la hierba en el pajar, la hierba segada verde una vez seca cría cantidad de polvo,  el cual se acumulaba en el pajar casi siempre poco ventilado que  nos hacía pasar momentos  de verdadera fatiga teniendo que salir a respirar a la calle mientras se bebía un trago de agua fresca de la barrila. Posiblemente hoy con las mascarillas, este trabajo fuera más llevadero.

La recolección de la hierba, se compaginaba con otras labores del campo, se debía plantar y regar remolacha, cavar las patatas, mientras que la cebada cogía un color amarillento, lo que indicaba que estaba en sazón de segar.  La cebada era el primer cereal que se segaba  unos días de transición que había desde la siega de la cebada hasta que acababa de secar el centeno. En esos días de intervalo se segaba, trillaba  y se limpiaba la cebada para llevar al molino y prevenirse de harina para los cerdos, que juntamente con una cesta de hoja de negrillo era la comida diaria para los cerdos.

Y ya en San Juan a las puertas de la siega de el centeno, lo dejo aquí para en  unos días escribir otro artículo de lo que significaba la segada hasta finales de los años 60.

Gúmaro, 5 de junio de 2012

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