viernes, 12 de septiembre de 2025

 Homenaje a mi pino

El pino nació de la tierra de mi familia, plantado por mi suegro, Eduardo Rodríguez, en el año 2002. Desde sus primeros brotes, creció con fuerza y empeño, levantándose hacia el cielo, hasta convertirse en un gigante silencioso que nos dio sombra, frescor y compañía durante 23 años. Sus ramas se extendían como brazos protectores, y su presencia se convirtió en un refugio para la mirada, un testigo paciente de nuestra vida, casi un miembro más de la familia.
Con el paso del tiempo, su grandeza comenzó a traer preocupaciones. La copa se volvió tan extensa, y el peso de sus ramas tan imponente, que cada vendaval nos hacía temer por su caída. La carretera cercana, con su constante tránsito, añadía urgencia a la decisión que sabía debía tomar. La seguridad obligaba a pensar en despedidas, aunque el corazón se resistiera.
No fue fácil. Cada rama, cada agujita, era un recuerdo, un instante de vida compartida. Bajo su sombra habíamos reído, hablado, descansado; en su silencio habíamos encontrado consuelo. Mirarlo era contemplar la paciencia y la fuerza de la naturaleza, pero también la fragilidad de todo lo que amamos.
Y llegó el día. Un gigante mecánico apareció, y con su toque firme, el pino cayó al suelo. No fue solo un árbol el que se tumbaba: era un guardián, un testigo de nuestras vidas, un ser querido que nos decía adiós con dignidad y grandeza.
Hoy, aunque ya no esté en pie, su recuerdo permanece. Lo siento en la sombra que dejó en mi memoria, en la brisa que aún susurra entre sus ramas caídas, en la calma que nos enseñó a encontrar bajo su copa. El pino nos enseñó que todo en la vida tiene su ciclo: nacer, crecer, acompañar y despedirse. Y que aunque la forma desaparezca, la esencia permanece para siempre.
Siempre te recordaremos, Pino. Gracias por tu sombra, tu fuerza y tu silencio, por ser parte de nuestra historia y dejarnos la memoria de tu grandeza. 🌲

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