miércoles, 3 de septiembre de 2025

 

La leyenda del Santo Faburiño en Lober

Hoy os traigo una historia que yo oi algunas veces contar a mi madre, y ella había oído contar a otros ancestros del pueblo, no se si alguien por aquí la ha oído lo la conoce. Dice así:

Como todos sabeis, en la parte trasera de la iglesia de Lober, entre los muros de piedra cubiertos de musgo  están las antiguas paneras, donde los fieles depositaban sus diezmos, el 10% de sus cosechas que debían entregar a la iglesia. Durante generaciones, los habitantes de Lober habían cumplido con esta obligación, llevando trigo, habas y otros productos agrícolas como muestra de su devoción y respeto por la fe.

Pero con el paso del tiempo, la vida se hizo más dura. Las cosechas no siempre eran abundantes, y los vecinos comenzaron a sentir que dar siempre una parte de sus frutos era una carga demasiado pesada. Poco a poco, se negaron a pagar los diezmos, cansados de dar y de ver que sus esfuerzos no parecían valorados.

El Santo Faburiño, cuya imagen todavía se conserva hoy en el retablo de la iglesia, no tardó en notar la indiferencia del pueblo. Durante siglos había permanecido quieto, silencioso, observando a los fieles, pero aquel abandono lo enfadó profundamente. Un día, con gran decisión, se marchó de la iglesia. Cuando el cura entró en el templo y vio el pedestal que lo aloja en el retablo mayor estaba vacío, el pueblo entero se sorprendió. Nadie entendía cómo una figura santa podía irse. El sacerdote, lleno de alarma y temor, comenzó a gritar y vociferar entre las calles:

—¡El santo se ha ido porque ya no pagáis los diezmos!

Los vecinos murmuraban entre ellos, sorprendidos y algo asustados. Durante días nadie se atrevió a acercarse a la iglesia; algunos decían haber visto sombras moviéndose entre las piedras, como si el santo los estuviera observando desde lejos.

Un día, mientras un pastor llevaba su ganado de ovejas por las inmediaciones del Sierro, observó algo extraordinario. Allí, en lo alto de una peña, al abrigo de las jaras, estaba el Santo Faburiño sentado, tomando el sol y contemplando el horizonte con mirada serena. Maravillado, el pastor  dejo sus ovejas y fue al pueblo y dio aviso al cura:

—¡Padre! He visto al santo en el Sierro, sentado en una peña, a la brigada de las jaras!

El sacerdote, con el corazón lleno de esperanza y temor a la vez, decidió convocar al pueblo. Se preparó una procesión: hombres, mujeres y niños tomaron velas encendidas,  capas y mantos de crista, mientras el aire se llenaba del aroma de contrastes de tomillo, jaras y escobas que crecían por todo el sierro. Comenzaron a cantar, con voces que temblaban de emoción y reverencia:

"Santo Faburiño, pagaremos nos,
el diezmo de las habas,

Pagremos  nos,

Y si una y otr estrofa...

Subieron por  elcamino agreste de piedras y entre la vegetación del Sierro, estrofa tras estrofa, hasta llegar a la peña donde el santo los esperaba. Al verlo, los vecinos se arrodillaron y el cura pronunció palabras de arrepentimiento y promesa:

Santo Faburiño, desde hoy nunca más olvidaremos nuestro deber. Prometemos cumplir con el diezmo y honrar tu presencia.

Con gran cuidado y respeto, llevaron al santo de vuelta a la iglesia. El camino de regreso estuvo lleno de cantos y rezos, y todo el pueblo sintió que una paz cálida los acompañaba. Desde aquel día, los vecinos nunca dejaron de entregar sus diezmos, y el Santo Faburiño permaneció en el altar mayor, en su pedestal a la derecha del retablo, como recordatorio de la promesa y de la fe que une al pueblo con su iglesia

Emilio Pérez Roríguez