La caza, hoy día más bien un deporte en el que se tiran tiros
sin regatear, hay escopetas repetidoras que con nada más tirar del gatillo
salen los tiros vaciando la canana en un santiamén y la pieza se marcha a
criar.
Lober, en los años 50 era un terreno en el que se adaptaba
muy bien la liebre, también era bueno para la perdiz y la paloma torcaz, pero
no tan bueno para el conejo , motivo este, por en aquellos años estar
prácticamente todo el terreno labrado, y el conejo necesita monte para multiplicarse,
viéndose favorecido a partir de los años
70 cuando comenzaron a quedar las rozadas
sin trabajar lo que favorecía el crecimiento de jaras y leña.
Tampoco en aquellos años en gran parte de los pueblos de
Aliste estaba presente la caza mayor como jabalíes, venados o cabras montesas, si estuvo siempre en nuestras tierras la presencia del lobo y zorro, si bien bajó bastante la presencia de lobos, pues se dice
que a partir de los años 70 al
introducirse el jabalí en nuestras tierras, perjudico la presencia de lobos al
ser la cría atacada por el jabalí.
Si bien eran pocos los cazadores que había en aquellos años,
quizá por aquél viejo refrán que dice: Al cazador y al pescote, nunca le verás
buen capote, pues en aquellos años de
escasez la caza era considerada como una pérdida de tiempo, así como un gasto
en licencia y cartuchos, gasto este que no se veía compensado más que con comer
algún guiso de caza alguna que otra vez.
Mi padre fue cazador empedernido casi desde que fue
adolescente, hasta que agotado por la enfermedad entregó la escopeta en el
cuartel de la guardia civil. Pero mi padre fue un cazador que mataba caza para
darnos de comer a la familia, nunca mataba caza por matar, y pocas veces se
respetaba la veda aunque había más caza que ahora. Sobre todo mi padre fue un
cazador de liebres, pues era lo que más le satisfacía por ser la liebre una
pieza grande y con una pieza había suficiente para hacer una buena comida para
toda la familia. La liebre la mataba casi durante todo el año, desde que salía
la veda en el mes de octubre, se mataba normalmente en rastrojos y sembrados,
en tiempo de heladas solía esconderse en los fenadales y al abrigo de las paredes escondida entre
zarazas, solamente en primavera era cuando menos se dejaba ver por esconderse
entre el monte.
En verano, la liebre continuaba entre el monte, pero era muy
fácil verlas en los oscureceres y amaneceres saltando por caminos y roderas,
siendo estos sitios muy buenos para preparar una espera haciendo un escondite al lado de un camino donde se mataban fácilmente.
Si había liebres, mi
padre no mataba otra caza, siempre decía que la perdiz no merecía gastarse un
tiro porque era una pieza pequeña, pero si no había otra cosa también se
mataba, algo había que llevar a casa. Mi
padre, cazaba los machos de perdiz en
primavera cuando no había otra caza mientras las hembra encubaba los huevos, tenía un reclamo, y escondido entre el trigo o centeno ya alto
por la avanzada primavera preparaba la parada, sabia tocarlo de tal manera que
el macho lo confundía con la hembra de
perdiz engañándola y atraiéndola hasta
mismo ponerse encima de él de manera que
podía poner la pieza de la manera más cómoda para disparar.
La escopeta que usaba mi padre, era una escopeta muy
vieja del calibre 12 que él ya había comprado de
segunda mano. El mismo cargaba los cartuchos con pólvora y perdigones que
compraba a granel, los pistones que hacían explotar el cartucho los cargaba con
mistos de cerilla, y muchas veces los perdigones los hacía machacando trozos de
hierro colado, y hasta cuando comíamos la caza y se encontraba algún perdigón
se guardaba para volverlo a usar. La escopeta tenía cierto desgaste en el cañón que era necesario
tener acoplado un canuto de lata al cañón que impidiera que al tirar del
gatillo el cartucho se hundiera y no fuera alcanzado por la aguja que hacía explotar
el pistón, aun así en más de una ocasión sucedió que al tiempo de disparar el
gatillo no salió el tiro, dando tiempo a perder de vista la pieza.
La escopeta, era de un solo cañón, lo que se debía afinar
muy bien la puntería ya que no había más opciones. En tiempo de veda, mi padre
salía de caza sin escopeta. Por las pistas en los caminos, por saber dónde las
liebres comían, más o menos sabia donde la liebre estaba, siempre muy sagaz iba
mirando por los surcos donde ya por astucia veía la liebre tumbada en la cama.
Tan pronto como la liebre era vista se quedaba parado inmóvil, y seguidamente
daba unos pasos hacia a tras de manera que la liebre quedaba tumbada en la
cama, y en acto seguido emprendía regreso a casa o donde tuviera la escopeta. Aquella
escopeta se pasaba temporadas escondida en el campo para no ser contemplado por la guardia civil ni por nadie que pudiera
sospechar. De esta manera mataba la liebre y la escopeta quedaba escondida en
el campo. Si la llevaba a casa para casa, la ponía metido el cañón por una
pierna del pantalón, y la culata le quedaba por debajo del brazo, que la tapaba poniendo la chaqueta de pana colgada
del hombro.
Las palomas torcaces se cazaban a la espera, solamente se
debía observar en los árboles que acostumbraban a dormir montando la espera
desde la puesta del sol hasta el oscurecer. Las palomas de palomar se cazaban en el rastrojo en filando los
surcos se podían matar hasta media docena de un tiro, en invierno buscaban comida
en bandos hasta de más de cien, pero la paloma es muy astuta, tiene el oído muy
fino y al más mino ruido levanta el vuelo.
En Lober no había mucho conejo, en aquellos años solamente
había alrededor de las minas de la Ferrada en unos piornales que había, debido
a la escasez de monte, el conejo no se expandió hasta bien entrados los años
70 en que habitaban por todos los
sitios. Años más tarde casi fueron extinguidos por la enfermedad, y al día de
hoy casi como de toda la demás caza queden muchos ejemplares.
Eran años en que se cazaba para comer, no se cazaba como
deporte o placer, y aún cazado prácticamente todo el año nunca escaseo la caza.
Pero mi padre en más de una ocasión también tuvo que correr delante de los
guardas de caza y pesca y de la guardia civil, pero mi padre siempre tuvo una
ventaja: que corría más que ellos.
Gúmaro, 9 de enero de
2013.
No me gustan los cazadores que cazan por placer. Lo de que la caza sea un deporte, me imagino que se lo habrá inventado algún iluminado psicópata, porque de deporte no tiene nada. Sobre lo de que hacía tu padre, cazar para comer, y más en aquellos tiempos de hambruna, es de lo más respetable.
ResponderEliminarCorría más que ellos y además sabía mejor que ellos por donde correr y esconderse...
ResponderEliminarUn saludo,
Ra.
Feliz año y un cordial saludo Raul...
ResponderEliminarEl hombre es un depredador, nos guste o no, y hay gente que vive esa característica con cierta pasión. No es mi caso...
ResponderEliminarEl problema es cuando se caza más allá de lo necesario: si yo cazo un conejo, ya no tengo que comprar carne de guiso en la carnicería (muchas veces nos olvidamos que lo que hay en sus mostradores son animales que alguien ha matado), pero si cazo ocho seguro que más de uno se desaprovechará y además nos podemos cargar el ecosistema. Todo es cuestión de racionamiento y de raciocinio.
Lo de tu padre era cazar para subsistir, ojalá siempre fuera así...
Bonito artículo.