Ya quedaron atrás aquellos lejanos años 50, los años de las cholas en invierno, de las albarcas en verano, pantalones cortos de pana, de las rodillas esmurriadas por las continúas caídas en las embarradas calles de nuestro pueblo.
Años aquellos en los que jugábamos a la píngula, al chito, a la tajuela. Tirábamos piedras con la onda construida por nosotros mismos, tirábamos flechas con el arco hecho con una vara de fresno y una cuerda, las pelotas para jugar al frontón en la pared de la iglesia hechas con cualquier trozo de goma y hilo de lana, mientras que nuestras madres interrumpían nuestro trabajo cuando nos llamaban a voces para ir a hacer alguna jera, como ir a buscar algún saco de paja o ir a llenar la barrila de agua al charíz de la era.
Era una costumbre que teníamos los rapaces cuando un camión o coche llegaba al pueblo, de ir corriendo detrás de él, incluso subirnos encima si se podía. Muchas veces pienso que como no pasaría algún accidente al subirnos y ir el camión en marcha y nosotros colgados en el. Los camiones que frecuentaban el pueblo en aquellos años no eran muchos, y solía ser en verano, ya que en invierno podían quedar atascados en el terreno pantanoso, más de una vez tuvieron que sacar alguno con alguna pareja de vacas, no había carreteras, si mal no recuerdo, en Aliste sólo había la N 122, y no siempre tenía buen firme. Los camiones que más frecuentaban el pueblo y casi los únicos era el camión de Colino de Fornillos, y el camión de las gaseosas de Ceadea. A mí, en particular le gustaba mucho ver las roderadas de un camión o coche cuando quedaban marcadas en el barro, incluso las iba a tocar y decía: voy a mirar a haber si todavía están calientes, y es que a mí los coches siempre me han gustado y me continúan gustando.
Pocas veces se veía por Lober alguna moto aparte de cuando venía el secretario del ayuntamiento D. Tomás con su Osa, o el ti competidor con su Guzzi, y cuando llegaban al pueblo, nos quedábamos todos los rapaces alrededor mirándolas con unos ojos como platos y comentando lo que era el carburador, y el tubo transparente por donde se alimentaba de gasolina.
Mas fácil era ver a algún forastero cuando llegaba con su bicicleta, la cual no dejaba de ser un vehículo de trasporte usado por todos los que estaba a su alcance, y igualmente los rapaces, cuando llegaba uno con este medio de transporte al pueblo nos volvíamos locos corriendo tras de él.
En Lober, yo siempre tuve de rapá la fama de ser un travieso, y ya que estamos hablando de bicicletas, pues contaré una anécdota que ocurrió con la bicicleta del Veterinario un día del mes de noviembre del año cincuenta y tantos un día que vino al pueblo: Como siempre, cuando llegaba al pueblo una bicicleta, pues los rapaces a correr detrás, yo seguramente el más atrevido de los que íbamos allí , me agarre al portabultos de la bicicleta y le dije al veterinario: “Bájate de esa bicicleta que lo mismo es mía que tuya” y el veterinario se cayó rodando de la bicicleta, y quedó lleno de barro, el cual se levantó del suelo rápidamente preguntado: Haber,¿ quien es el padre de este muchacho? ¡¡Ese tiene que pagar por lo que este niño ha hecho!! Exclamaba el veterinario. No tardo mi padre en enterarse del suceso, y le oí que dijo: ¡¡¡Qué vergüenza!!! Que el mi rapá haya hecho eso, a este hoy le mullo los huesos. Yo marche corriendo por la Patera hacía el Carrascal, y mi padre detrás al mismo tiempo que me “afumaba” el perro para que me cogiera. Me cogieron por el Carrascal. Todavía hoy parece que me duelen los vergajazos que me dio.
Y ya que me he puesto a contar las travesuras de mi niñez podía continuar contando muchas más, como cuando unte las cadenas de las campanas con excrementos y Eloy de embostonó y luego a mí me dio unas “ hostias “ el cura y luego me hizo confesar el pecado. Otra cuando le arranque los pimientos a Nicolasa que tenía el semillero en un montón de estiércol en el “Furmiguero”. O también cuando le maté los pollos de una gallina recién sacados del huevo y que eran de Mariana.
Y así podía continuar contando muchas más, pero puedo asegurar que nunca lo hice con malicia, creo que más bien pecaba de ignorante, y lo que sí puedo asegurar es que por todo eso pagué. Muchas veces pienso que fui travieso y pague caros mis errores, y por eso debió ser que de mayor no recuerdo haberme salido nunca de mi cauce, aprendí de mis errores, llegue a mayor con temor, porque recuero que el vergajo dolía mucho.
10-09- 09 Gumaro
Yo también tuve fama de "rapá travieso" en Lober, aunque bastantes años después que tú. Y aunque lie muchas gordas y no tan gordas por allí, también es cierto que me comí muchos marrones en los que ni tan siquiera estaba yo en el pueblo. Pero la gente es así. Hoy en día me imagino que ya tendré lavada mi imagen o eso espero. Jejeje.
ResponderEliminarPor cierto, hacía tiempo que no entraba en tu blog y estos días ando dándole un repaso.